jueves, 28 de febrero de 2013

Con los pies en la tierra

Un día, no tan cualquiera, de trabajo en Namibia.

Estoy en el aeropuerto, voy al Norte en un viaje de un día, viajo solo, representando a mi Ministerio, soy arquitecto Consultor. Mi colega de una empresa privada de consultores Ingenieros  no ha llegado, me inquieto, la salida es a la 6 30 AM, él tiene el ticket del pasaje, de un vuelo chárter.
Había puesto el despertador a las 4 00 AM, pero estuve moviéndome toda la noche, antes que sonara el timbre del  teléfono, el carro me recogió a las 5 00 AM.
En el aeropuerto local la mayoría de los pasajeros son blancos, en un país de personas de color, todos visten sport, algunos incluso en short; me llama la atención, que los pocos ciudadanos negros, optan por el  traje y la corbata.
A veces me desoriento y creo estar en Alemania, corpulentos y altos personajes me rodean, rubios, de ojos claros y un fuerte acento germánico...
En realidad, los blancos hablan afrikáner, idioma de los pobladores europeos que colonizaron el país. El avión es pequeño, pero confortable, la vista aérea placentera, las caprichosas montañas contrastan con la planicie.
La capital está en una meseta  de algo más de 1 700 metros sobre el nivel del mar, a medida que nos alejamos, vemos aisladas colinas, con escarpas que sugieren formas  fantasmagóricas, acentuadas por los contrastes de luz y sombras sobre la superficie.
Olvidé la cámara, sólo tengo el celular, no es lo mismo, en la calidad de la imagen. El  paisaje hermoso, ayudado por un cielo limpio, sin neblinas y nubes. Hacemos una parada técnica en el pueblo de Oshiwarongo, en una pista de tierra.
Recogemos a otro ingeniero, ahora somos tres viajando al norte, cerca de la frontera con Angola. Cuba está lejos, Cuba se extraña, recuerdo una canción de un popular grupo  musical cubano, “Kola Loca”. 
Ya son las 10 00 AM, aún volamos, debíamos estar a esta hora en la reunión. El paisaje cambió, sólo se observa la gran llanura.

Desde este avión de juguete, tengo un puesto de observador de primera clase. En cientos de kilómetros sólo  percibo la monotonía del paisaje, apenas sin vegetación. Es posible observar la curvatura de la Tierra en el horizonte.
Los dos corpulentos blancos que me acompañan no ha dicho una palabra, cosa que agradezco mientras escribo, debía recibir una medalla mi dedo pulgar de la mano derecha,  hace proeza con las pequeñas teclas del celular, haciendo posible este mensaje, que como sustento diario, hago llegar a mis allegados, esta vez, para brindarle pequeños instantes, tal vez hoy, diferente, en mi rutinaria labor.
En el espacio de tiempo en que le envío mis fraccionados correos, en las más de 10 horas de vuelo de ida y retorno,  con sólo dos horas de trabajo en tierra, recibo la buena nueva de un correo de mi hijo Jandro, me interpela que le dé más detalles, como si fuera parte de una serie televisiva de Aventura, presumo como debe estar creciendo, en demasía, su fértil imaginación, estoy tentado a recrearle mi realidad, pero desisto.
Se despide pidiéndome que me cuide, sonrió, le digo que sí, aunque él debía saber que yo estoy en las manos de la piloto, del avión o de  Dios. Por suerte las estadísticas, sobre desastre de aviación, me favorecen, por lo demás, no es cosa en la que suelo pensar.
El descenso me recuerda al antiguo parque de diversiones de Santiago de Cuba, me muevo más que en la “Subida de la Gloria”, tengo el estómago sosteniendo  su propio monólogo.
Aterrizamos, se observan animales pastando muy cerca de la pista, en la desolada "terminal Aérea", sólo dos  matas de marabú rompen la perspectiva del paisaje, en  la rústica pista de tierra.

Nos esperan dos carros, cuatro blancas anatomías humanas se bajan, para darnos la bienvenida y trasladarnos a la reunión.

El encuentro interesante, disfruté el debate técnico, veo la herencia colonial aún presente, los diseñadores y consultores todos blancos, excepto una colega, claro, de mi tierra, la ingeniera Haydee. Evalúo el proyecto; viene a mi memoria el descubrimiento del nuevo Mundo, ¿no sé por qué?  aunque las condiciones han cambiado y seguirán cambiando, para bien.
Converso con mi colega, el arquitecto Gaspar, el tema, el único que hablan mis compatriotas conmigo en estos días, ¿cómo va la gestión de los pasajes de las vacaciones a Cuba?  Las evocaciones de la  tierra son permanente.
Ya de regreso, en el avión, nos espera la  piloto, feliz de tener compañía, sale debajo de una mata, en que se protege del ardiente sol.

Hay cambio en  el itinerario de vuelo. Le aviso al chofer para que me espere a partir de las 19h30 PM en el aeropuerto Eros de Windhoek.
Hacemos una parada técnica en Rundo, capital de la región de Kavango. El avión taxea sobre la pista de asfalto, todo está desierto, ¿habrá una cuarentena en este lugar?
El juguete de vuelo se parquea cerca de la única nave aérea en estos lares. La conozco, de Cuba, es un gigantesco avión de carga de 76 toneladas, resulta  aplastante el contraste.
El vuelo demorado, comparativamente he empleado, casi el mismo tiempo que si hiciera un hipotético viaje directo a la Isla. Mi estómago sigue  excitado, parece que estoy sacando licencia de piloto de guerra, ¡¡¡este artefacto si se mueve!!!
Atardecer en Windhoek

Lo malo de la tardanza, es que nos coge la noche, lo bueno, una puesta de sol, vista desde esta altura, y la belleza de la ciudad nocturna.
Se fue otro día de trabajo, prometo escribir, a partir de ahora,  "con los pies en la tierra".

La ingeniera Haydee, el  arquitecto Gaspar y yo, en un aparte del encuentro técnico


Nuestra piloto feliz de regresar a casa

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