viernes, 22 de febrero de 2013

Lo Real Maravilloso de Namibia


Leí un escrito del señor Luis Racionero, Director de la Biblioteca Nacional de España,  que cuenta que cuando Hernán Cortés divisó la ciudad de Tenochtitlan, escribió en una carta a Carlos V: "Por no saber poner nombres a estas cosas, no las expreso".
No puedo dejar de recordar a Alejo Carpentier al escribir su sentir ante la inesperada realidad Americana. Él si supo encontrar la frase exacta para poner nombre a las cosas inesperadas o inusuales, al definirlas dentro del concepto de “Lo Real Maravilloso”. De alguna manera, ya en otro contexto, me hizo evocar al  gran novelista cubano, ante los hechos insólitos, que también acompañan la vida, en estas tierras del Sur.
En estas elucubraciones estaba cuando  un correo, de una persona amiga, que vive allende al océano, me hablaba que había leído  sobre un pueblo fantasma que existe en Namibia.
Quede desnudo ante mi ignorancia y para mi sorpresa descubrí, que más de dos años de estancia en este país, del suroeste de África, no son suficientes para revelar  todo el sortilegio de su rica geografía y menos aún permitir mi ilustración en el conocimiento  de la  etnografía  de esta nación, habitada por tan diversas etnias que conforman la patria namibiana.
Es cierto, que ya no estamos en la época de la conquista con sus pioneros que mostraban al mundo el encanto de lo desconocido. Escritores, turistas de paso y enciclopedias digitales nos  revelan  un mundo poco familiar a nuestras raíces, y tal vez por eso, su atractivo, como estímulo a nuestra  fantasía, esa que nos acompaña desde la infancia y que cesa sólo con la muerte.
Estamos ante un inmenso territorio, así piensa alguien que procede de la pequeña Cuba. Namibia tiene  algo más de siete veces la extensión territorial de nuestro país, que es de sólo 110 00 Km2, pero contradictoriamente posee  casi cinco veces menos población que nuestra Patria, con cerca de dos millones y medio de habitantes. El país se divide en tres regiones físico geográfica: el desierto de Namib, una meseta Central y el desierto de Kalahari.
Pero esta caracterización no nos permite visualizar toda la riqueza paisajística y faunística de estas tierras, con sus numerosos  accidentes geográficos, encabezado por grandes ríos, su variada fauna Africana, sus importantes  parques naturales,  como el Parque Nacional de Etosha.
Su gran desierto, el Namib, considerado el más viejo del mundo y abarca una gran extensión que  va desde el río Orange, que traza el límite con la república Sudafricana, en su porción Sur, hasta el río Kunene,  que tiene borde fronterizo con la república de Angola, en su límite norte.
Otro panorama que impacta los sentidos, se recibe cuando  se recorre la tierra Namibiana, en un dilatado embrujo  paisajístico que se prolonga por de más de 2 000 Km, de sur a norte.
En su parte Sur,  destaca su zona desértica, con su gran planicie, quemada por el ardiente sol, con una raquítica vegetación adaptada a las condiciones extremas de las zonas áridas y donde la ganadería, la pesca y los recursos mineros, en especial sus famosos diamantes aluviales,   dan vida a la actividad productiva local.
En esta zona, el paño ocre amarillo parece romperse por un semillero de  colinas que aparecen de la nada, que junto con sus cadenas montañosas, le dan al sistema Orográfico,  diferentes formas y colores,  donde  la erosión ha ido tallando las diversas formas de una manera caprichosa.
Rompiendo el espacio natural, serpentean, las bien conformadas carreteras, teniendo como telón de fondo las notables elevaciones. Las vías  generalmente son de  dos sendas, por donde los vehículos circulan a gran velocidad, con la hipotética prohibición expresa, de no descender  su  cuenta milla por debajo de 140 km por hora, en una especie de loca carrera por acercar lugares habitados que están   geográficamente distantes.

Al norte, la naturaleza nos regala, en una muestra de su vigor,  su rica fauna, favorecida por su copiosa  vegetación, donde la abundancia de grandes ríos y el escurrimientos de las aguas en época de lluvia,  muchas veces desde territorios vecinos, como la zona sur de Angola, hace florecer la vida.
No sin razón,  se localizan en esta zona,  los mayores conglomerados humanos, animal y vegetal del país. En su reverso, la vida biótica,  enfrenta, de forma recurrente, su ciclo natural, causante de  grandes inundaciones, en la época de lluvia,  ocasionado grandes pérdidas de vidas humanas y afectando  la infraestructura edificada. En las últimas décadas  se han incrementado los  riesgos  de afectación, por inundación, como resultado de la actividad antropogénica  que se desarrolla en este medio natural.
Si los grandes escenarios impresionan por su extensión, no menos impacto sentiremos al descubrir pequeños, y no tan pequeño espacios, creados por la actividad creadora del hombre y reconocer los valores culturales y las tradiciones de este pueblo milenario. 
Explorar  los  sitios que  nos da la naturaleza, erigidos en  lugares notables, en un  paciente trabajo de millones de años.  O tal vez, el disfrute único,  de saber de  la existencia de un   “objeto caído del cielo” que alberga en su territorio, como el meteorito de Hoba.
Así podremos adentrarnos en las diversas facetas, que le dan su inusual atractivo a este suelo,  como la  historia del Castillo de Duwisib, que asociamos a la época del Medievo. El hombre que dirigió su edificación, atrapado en medio de la circunstancia de una conflagración Mundial, supo  crear  un Oasis  en el desierto, a bien resguardo de los avatares de la época.
Los detalles de su edificación, que incluía la transportación de las piedras, traída de la vieja Europa, para edificar un recinto hermoso, como homenaje  a su esposa, que nos recuerda, al menos en la intensión,  las motivaciones que tuvo el emperador musulmán Shah Jahan, de la  dinastía mongola, cuando construyó su Taj Mahal, en la India.
Conocer la historia del pueblo fantasma de Kolmannskuppe o Kolmanskop, en  dialecto africano. Un sitio nacido con la “fiebre de los diamantes”, donde palpita el mismo espíritu del  oeste Norteamericano, con su bien conocida “fiebre del oro”, y hoy yace silencioso, arropado por la arena del desierto, después que su último habitante lo abandono, hace más de 50 años. 
Hacia el norte encontramos el  parque de Ruacana, con sus hermosas Cataratas cayendo estruendosamente, a cientos de metros de altura, para dejar una fuerte emoción en el visitante.
Trasladarnos,  una vez más al  sur,  para  recibir la fuerte impresión que provoca  la contemplación del Cañón del río Fish, que es uno de los cañones más largo del mundo. 
Ilustrarnos con  la historia del Bosque petrificado de Khorixas; asombra saber que  la edad de los fósiles que allí se encuentran son de unos 260 millones de años.
Podríamos seguir en esta especie de encantamiento, descubriendo muchas de las realidades maravillosas de este país.  Ya  tienen muchas de las referencias, las páginas digitales de Internet  le harán viajar a  estos sitios. Yo hice mi parte, ahora les toca a ustedes, estimados colegas,  nutrirse  de las historias y las bellezas de esta Tierra, que renace con fuerza, dejando atrás los vestigios del Colonialismo y del odioso régimen del Apartheid que sometió a este pueblo por muchas décadas.

1 comentario:

  1. Gracias por las fotos, como siempre tan originales y por tu rico relato de ese maravilloso lugar...

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