El Viejo.
El hombre subió la escalera y llegó a la casa del octogenario, la reja y la puerta estaban abiertas, y en el medio de la sala, un señor se balanceaba mientras parecía mantener una animada conversación con alguien de la casa.
Al desconocido se paró en la entrada del lugar y solo esperaba el momento para hacer notar su presencia.
El viejo seguía gesticulando, mientras sonreía y contaba historias pasadas, repitiendo a intervalos, ¨te acuerdas Laura¨. Su cuello, curiosamente torcido, oteando el lugar en busca de oír un inexistente sonido o por momento cambiaba la expresión de su rostro, dibujando una mirada nostálgica, que parecía invadir todo el espacio.
En realidad, más que una charla entre dos, sonaba a un soliloquio. El anciano notó, por fin, la figura del hombre en su puerta.
– Lo siento, no me percaté de usted; cuando converso con ella me absorbe totalmente, es una mujer muy enérgica- dijo el anciano a modo de disculpa.
– Luego seguimos Laura – expresó diligente, dirigiendo una mirada picara al cuadro que, colgado de la pared, portaba un hermoso retrato de mujer, ya entrada en años.
– Perdóneme, qué desea usted señor – habló con candidez el anciano, ante la inesperada presencia del extraño.
– Siento interrumpirlo, pero pensando lo bien, no es nada importante, sólo equivoqué la dirección – dijo con turbación el desconocido, antes de marcharse con prontitud.
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