*La contemplación de la franja costera queda rota por una
señora que no deja de sonreír mientras se acerca al espacio donde me encuentro.
– ¿Le gusta la ciudad? – me pregunta con una inusual
familiaridad.
Le confieso que es un sitio único. Mis palabras parecen
iluminar su rostro.
– Se ve que usted entiende – me dice enigmática.
– ¿Está de paso? – La interrogo, curioso, tal vez, porque la
había observado haciendo fotos con su celular.
– Vivo aquí hace muchos años, pero todos los días vuelvo al
espigón a tomar nuevas instantáneas – me responde nostálgica.
– ¿Acaso, no son las mismas imágenes tomadas durante tantos
años? – Se me escapa una interrogante desafortunada.
– ¡No!, cada día encuentro sutiles detalles diferentes que me
hacen volver a este sitio de añoranza – Me expresa con énfasis, y cierto enojo
a la vez.
Sus ojos azules me miran con desilusión, frunce el ceño,
da media vuelta y se marcha sin despedirse. La veo desvanecerse en la neblina,
que envuelve toda la ciudad, causada por la corriente fría de Benguela.
¿Qué sentimiento quedó inconcluso en esta señora que todos los
días se repite a sí misma, tratando de fijar, tal vez, el vestigio de un
recuerdo, y nada más?
En mi mente, la opresiva duda. ¿Acaso será una nueva
Penélope?
*Primer Premio del Concurso de Cuentos Cortos, Vértice, auspiciado por el
periódico La Demajagua y la UNEAC.
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