“Disfrute de las pequeñas cosas . Un día usted mirará hacia atrás y se dará cuenta de que
era las grandes cosas”.
Un
llamativo cartel en uno de los lugares más pintoresco de Windhoek, la capital de Namibia, me hizo reflexionar, recordándome la pronta partida de un grupo de
profesionales vinculado al sector de la construcción y el planeamiento físico
que laboramos durante casi cuatro años en
este país hermano.
Cuando
se acerca el momento de la despedida
cada uno de nosotros tiene cosas para guardar y llevar consigo.
Las motivaciones son diferentes y el cargamento material y espiritual también.
En mi caso, recuerdo un comentario que me hizo el embajador de Cuba en Namibia, Carlos Manuel Rojas Lago, a la salida de una reunión de trabajo “...has vivido una experiencia que nunca soñaste que te pudiera acontecer” y por supuesto él tiene toda la razón.
Las motivaciones son diferentes y el cargamento material y espiritual también.
En mi caso, recuerdo un comentario que me hizo el embajador de Cuba en Namibia, Carlos Manuel Rojas Lago, a la salida de una reunión de trabajo “...has vivido una experiencia que nunca soñaste que te pudiera acontecer” y por supuesto él tiene toda la razón.
Lo más
impactante y que deja profunda huellas en los recuerdos, son las personas, las
que nos acompañan en el trabajo diario y las que conocemos por azar de la vida.
El contacto cotidiano con los colegas de labor en los momentos de alegría y cuando se precisa enfrentar los inevitables conflictos en personas que laboran en un contante estrés por la ausencia de sus seres queridos.
Los duros momentos vividos cuando un amigo nos dice adiós de forma repentina y la necesidad de encarar esa triste realidad.
Los
retos son alto, la añoranza por la separación también, cada cual busca su propia
receta para estos males y a veces descubrimos con asombro cuanta potencialidad
dormida se esconde en cada uno de nosotros.
Más
allá de la satisfacción por haber cumplido exitosamente con nuestra labor, están
las impresiones que vamos recibiendo y de alguna manera parecen tener vida
propia y se va transformado en el breve espacio temporal en que discurre la
vida en esta tierra.
En
mi caso la llegada a suelo africano, me produjo asombro y frustración. Asombro
ante la belleza del paisaje natural y construido, al poder ponerme en contacto
con los valores culturas de este pueblo.
Frustración
al descubrir el pobre trabajo de los medios masivo de comunicación al trasmitir
una imagen parcializada del continente Negro
que me hizo escribir un artículo de desagravio que intitule, “Asumir África con otra Mirada”.
Reconocer las huellas de una historia de saqueo y genocidio contra los pueblos originarios y contactar en el tiempo la persistencia de los grandes contrastes que hoy divide a la sociedad y que requerirá mucho esfuerzo y trabajo su eliminación.
Mirar a África en toda su riqueza perceptiva que va más allá de la imagen negativa que nos vendieron, asumiendo sus valores
culturales y sus habilidades en muchos campos del saber humano.
Despojarnos
de prejuicio en la lectura de su realidad y abandonar el intento de asumirla en
un simplificado “blanco y negro”.
Tomar conciencia del proceso de transculturación
que ha venido ocurriendo y los gestos de
reafirmación, de parte su población, hacia la única patria que
conocen, el lugar donde nacieron y donde descansan muchos de sus ancestros.
En
el plano personal es muy difícil llevarse objetos que simbolicen la etapa vivida y que el inclemente tiempo no convierta, más temprano que tarde, en cosas inservibles.
Si
de objetos materiales se trata, algunos de ellos ni siguiera esperaron por mi
regreso para abandonarme.
Lo que
es motivo de chanza de mis siempre ocurrentes
compatriotas que preguntan si los compré
en la “prestigiosa” cadenas de tiendas, Foschini, en burlona alusión a la popular y asequible, ChinaTown.
Sin
negar la posibilidad de cubrir necesidades materiales más perentorias, prefiero
apropiarme de símbolos más duraderos.
Algunos
son objetos inanimados que rodean nuestro entorno visual y pasan inadvertidos para nuestras ocupadas mentes.
Otros
son rostros humanos que toleran comprensivos mi tardía afición por la fotografía
y mi necesidad de socializarlos con la
secreta esperanza de que ellos también tengan su espacio por derecho propio, más allá de este texto.
Todos ellos son parte del alma de la ciudad de Windhoek y ¿por qué no? de Namibia, de
alguna manera permanecerán en los recuerdos y estoy seguro que sobreviran, a pesar
de todo, a la prueba del tiempo. (Texto e imagen gráfica José Alberto Zayas Pérez. Pintura de la argentina Paloma Penna)